Bueno amigos, hoy les vengo a traer una invención mía de un
cuento inspirado en un árbol del estado de Tabasco, que con mucho esfuerzo e imaginación
logré, espero que les sea interesante y comenten que les ha parecido.
EL GRAN
GUAYACÁN
Había una vez una villa llamada Tapijulapa, ubicada en el
sur del estado de Tabasco, en la sierra tabasqueña; rodeado de cerros y
montañas y con una población pequeña, de más de 2,000 habitantes. Era un
pueblito pintoresco, con calles empedradas, macetas en las fachadas, casas de
color blanco y techos de tejas rojas, iluminadas por el resplandor del sol que
dulcemente dejaba descansar sus rayos en ellas, reflejando alegría y vitalidad.
Los pobladores eran gente de campo: trabajadores,
responsables y curtidos por el sol, acostumbrados a trabajar largas jornadas en
el campo, en las tierras de cultivo, labrando, sembrando y cultivando la tierra
que con esfuerzo y cariño habían trabajado durante meses.
A las afueras, no muy lejos de ahí, se encontraba un guayacán
fuerte, frondoso y grande. Este gran guayacán se ubicaba a la orilla de un rio de
aguas tranquilas y serenas, provenientes de una cascada cercana y, a su lado,
se encontraba el único camino hacia el pueblito, mientras que a lo lejos se
podía observar el sol ocultándose entre las grandes montañas de roca y granito,
con sus inmensas grutas y sus grandes cascadas.
Por este camino, decenas de personas transitaban día a día:
pobladores, visitantes, niños, adultos, ancianos, adolescentes, en fin, toda
clase de individuos. Las personas comúnmente se sentaban a la sombra del guayacán,
escuchando los dulces trinos de los pájaros, mientras que una suave brisa
proveniente del río los refrescaba, haciendo que, por un momento, olvidaran
todos sus problemas, inundándolos de una inmensa paz. A veces, familias se
sentaban a realizar un picnic cerca de él, mientras que varios niños jugaban y
gritaban alegremente, revoloteando a su alrededor y disfrutando de su infancia;
también, recostados suavemente en el tronco de éste, solía haber parejas
abrazadas, declarándose el profundo amor que se tenían uno al otro mientras que
observaban la puesta de sol.
En el pueblo había multitud de pájaros de todos los tamaños,
formas y colores: había quetzales, guacamayas, tucanes, colibríes, pájaros
carpinteros, loros, cenzontles, papagayos, perdices, palomas, pichones,
cuervos, zanates, en fin, todo un aviario. Pero había un pájaro al que le
gustaba posarse en la copa del guayacán: una calandria amarilla, cuyo canto era
similar a un coro de ángeles, el guayacán siempre la admiraba, observaba horas
y horas, inmóvil en su posición, mientras que su canto lo alegraba. El guayacán
siempre soñaba con poder hablarle, decir lo dulce que era su trino y lo melodiosa
que era su voz, pero sabía que eso nunca
podría ocurrir, o eso era lo que pensaba.
Un día, un anciano un poco extraño, vestido con un traje
morado y un sombrero puntiagudo negro, apareció en medio de la noche
proveniente de una gruta cercana, el guayacán sabía que ningún humano se
atrevía a entrar a esa cueva a altas horas de la noche, y menos aún alguien tan
viejo. El anciano llegó al guayacán, exhausto por el esfuerzo realizado. Al
guayacán se le hizo extraño que alguien así apareciera. El señor se recostó
ligeramente en el guayacán, y éste observó que tenía una herida grande. El
misterioso personaje explicó que él era un mago. También comentó que si bien él
tenía magia, no le quedaba mucho tiempo en este mundo, por lo que decidió
regalarle sus poderes al guayacán, al no encontrar a nadie más a quien
heredarlos. El guayacán seguía sin comprender, y solo observaba como el mago
empezaba a agitar sus manos y pronunciar palabras en otro idioma, mientras que
un humo morado lo rodeaba. El mago al finalizar, se arrodilló, y, finalmente,
cayó, desapareciendo en una extraña niebla blanca.
Extrañado, el guayacán llegó a la conclusión de que lo que
había pasado debió de ser una ilusión, un sueño loco y ridículo, y volvió a
descansar. Aunque durmiera, el hecho de pensar que él podría tener magia lo
ponía tenso y alegre al mismo tiempo.
Al día siguiente, ya repuesto, el guayacán no se sentía
diferente, era el mismo árbol inmóvil y mudo de siempre, y, como siempre, la calandria
llegó a posarse. Suspirando por el hecho de no poder emitir ni una sola
palabra, recordó los eventos de la anterior noche, y con toda su concentración
intentó hablar, más no emitió ningún sonido, desanimado por el hecho de que
solo fue un sueño, el guayacán seguía pensando en cómo sería poder hablar con
los animales, o al menos, con los pájaros, y entre esos pensamientos, no pudo
evitar pensar “si tan solo pudiera hablar” mientras que, sorprendentemente,
pudo hablar. La calandria volteó para todos lados, buscando el origen del
sonido. Sin nadie a su alrededor, la calandria sólo siguió cantando. El
guayacán se percató de esto, e intento nuevamente hablar, pero esta vez
diciendo un cálido “Hola”, nuevamente la calandria empezó a girar la cabeza,
preguntando de vez en cuando “¿Hola, hay alguien ahí?”, emocionado, el guayacán
volvió a hablar “Soy yo, el guayacán, acá abajo”, inmediatamente, la calandria
respondió “¿Tú? ¿Cómo es que puedes hablar conmigo, acaso tienes algún tipo de
magia?”, el guayacán respondió “Sí, te he estado observando en silencio por
muchos años, pero gracias a la ayuda de un mago, por fin puedo platicar contigo
y decirte que tu canto es realmente fenomenal”, a lo cual la calandria comentó
“¿Enserio? Pues gracias, he practicado bastante”.
Y así, con el tiempo, el guayacán y la calandria se fueron
haciendo grandes amigos, cada día el guayacán esperaba a que llegara la
calandria para poder platicar. Era realmente asombroso para él que finalmente,
después de muchos años, sus sueños se hicieran realidad.
Pero, un día cualquiera, apareció en el río una extraña
neblina blanca, similar a la que había desaparecido al mago. Poco después,
apareció una barcaza de madera, con una persona de aspecto extraño, con ropa
morada y un puntiagudo sombrero. El extraño sujeto dirigió la embarcación hacia
el guayacán, y una vez que llegó a la orilla, descendió. La gente se reunió
alrededor del misterioso visitante y se preguntaban, “¿Quién era?” “¿De dónde
venía?”.
El hombre, de unos 50 años aproximadamente y con aspecto
tranquilo, anunció que era un brujo, cuyo propósito era ir de pueblo en pueblo
ayudando a la gente; también, aseguró que venía de las afueras, sin dar una
ubicación específica. Rápidamente, las personas empezaron a pedirle apoyo para
diversas situaciones, desde una cortada hasta pérdidas de miembros. El brujo,
con todo el trabajo que tenía, pidió a los pobladores una casa para ofrecer sus
servicios, y éstos muy amables le dieron una vivienda en el centro del pueblo.
El guayacán, si bien pensaba que el nuevo poblador era una
gente de bien, no podía dejar de sentir que ocultaba algo más, pero, sin más
pruebas que su intuición, sólo se limitó a mantenerse alerta.
Y así, durante varias semanas, el brujo intentaba ayudar a
todos los del pueblo con sus tónicos y pociones mágicas. Todos en el pueblo lo
adoraban, siempre lo saludaban en la calle y le ayudaban en lo que fuera, ya
sea para recolectar un ingrediente o para cultivar una planta. El guayacán
seguía sintiendo esa extraña aura maligna a su alrededor, aunque su mente le
decía que el brujo era lo mejor que le había pasado hasta ahora. Pero entonces
todo cambió.
Súbitamente, la gente empezó a ponerse triste, se deprimían
con facilidad y solo caminaban de un lado a otro, sin pronunciar una sola palabra.
Y pasando los días se ponía peor. La gente no hacía nada más que caminar: No
comían, no bebían ni trabajaban, sólo se movían de un lado a otro, como una
especie de zombis.
Extrañado, el guayacán le platicó a la calandria lo que
sucedía con los pobladores, y le informó de sus sospechas sobre el brujo.
También, le pidió que fuera a investigar lo que pasaba, ya que ese
comportamiento no era normal, y menos aún en todo el pueblo. La calandria elevó
vuelo y se dirigió a la propiedad del brujo, ya estando ahí, se asomó por una
ventana, donde pudo escucharlo idear su plan malvado.
―Por fin,
después de muchos años, he logrado lo imposible, volver a todo un pueblo en mis
sirvientes personales. Si tan solo hubieran sabido que mis pociones eran en
realidad un suero de control mental. Muajajajajaja
Asustada, volvió con el guayacán para contarle lo ocurrido y
le comentó lo sucedido en la casa del brujo. El guayacán, preocupado, no tenía
una idea de cómo detenerlo, ya que sólo era un árbol inmóvil, hasta que recordó
sus dotes mágicos, y pensó que podría salvar a los pobladores del malvado
brujo. Pero ya era tarde, el brujo marchaba con su ejército de pobladores a su
espalda, en dirección al guayacán, y se detuvo delante de éste. El guayacán,
desesperado, buscaba la forma de hacer algo, mientras que la calandria sólo
observaba, inmóvil en su copa.
El brujo empezó a hablar, diciendo que él tenía que ser
destruido para que no interfiriera con sus planes, el guayacán le respondió que
porqué lo quería dañar, a lo cual respondió que él venía de una familia de
hechiceros poderosos, y que tenía un hermano mayor. Éste se había dedicado a
ayudar a las personas, convirtiéndose en un mago bondadoso y bueno, pero el
brujo había decidido que era un desperdicio de talento, que con sus poderes
podían poner de rodillas al mundo. Estos dos hermanos se enfrentaron, el mayor
alegando que juntos podían mejorar al mundo, y el menor diciendo que ellos eran
superiores, y que todo ser vivo debía obedecerlos. Después de una violenta
pelea, el mayor escapó malherido, avisándole a él que sería derrotado por un
guayacán en las afueras de un pueblo, a la orilla de un río. Desde entonces, el
brujo ha andado vagando de pueblo en pueblo, buscando el árbol de la profecía,
hasta que lo encontró, y que no le iba a permitir que arruinara su futuro como
amo supremo. Dicho esto, el brujo lanzó un rayo de sus manos hacia el guayacán.
Parecía que era el fin, hasta que la calandria, valientemente, se interpuso,
recibiendo el impacto.
Furioso, el guayacán concentró todas sus fuerzas en moverse,
en hacer algo. El brujo observaba cómo movía violentamente sus ramas y
levantaba la tierra, arrancándola con sus raíces. Después, el guayacán arremetió
contra el brujo con ira, levantándolo del suelo con sus ramas. El brujo se
detuvo en el aire, y volvió a lanzar un rayo contra el guayacán, que éste
esquivó fácilmente. El guayacán tomó multitud de piedras cercanas y las empezó
a arrojar contra el brujo, el brujo intentó moverse rápidamente, pero fue
alcanzado por una roca y cayó al suelo, aturdido por el impacto, al orientarse,
observó cómo el guayacán lo sostenía en sus ramas y con una voz ronca, le
advirtió que si lo volvía a saber de él, lo buscaría y no tendría compasión,
además, le ordenó que liberara a los pobladores de su control mental. El brujo
no tuvo más remedio que obedecer, y desapareció en la misma barcaza en la que
había llegado.
El guayacán corrió hacia donde estaba su amiga caída,
tomándola suavemente entre sus ramas y llorando amargamente, mientras que ésta desaparecía.
Cuando de pronto, sus hojas comenzaron a caerse, y en su lugar aparecieron unas
hermosas y delicadas flores amarillas. Y, desde ese día, cada primavera, el
guayacán deja caer sus hojas para dar paso a estas bellas flores, en memoria de
su amiga.
FIN
Excelente cuento mi chavo esta muy bien redactado y la historia esta fantastica
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