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domingo, 19 de octubre de 2014

Cuento El gran guayacán



Bueno amigos, hoy les vengo a traer una invención mía de un cuento inspirado en un árbol del estado de Tabasco, que con mucho esfuerzo e imaginación logré, espero que les sea interesante y comenten que les ha parecido.

EL GRAN GUAYACÁN

Había una vez una villa llamada Tapijulapa, ubicada en el sur del estado de Tabasco, en la sierra tabasqueña; rodeado de cerros y montañas y con una población pequeña, de más de 2,000 habitantes. Era un pueblito pintoresco, con calles empedradas, macetas en las fachadas, casas de color blanco y techos de tejas rojas, iluminadas por el resplandor del sol que dulcemente dejaba descansar sus rayos en ellas, reflejando alegría y vitalidad.
Los pobladores eran gente de campo: trabajadores, responsables y curtidos por el sol, acostumbrados a trabajar largas jornadas en el campo, en las tierras de cultivo, labrando, sembrando y cultivando la tierra que con esfuerzo y cariño habían trabajado durante meses.
A las afueras, no muy lejos de ahí, se encontraba un guayacán fuerte, frondoso y grande. Este gran guayacán se ubicaba a la orilla de un rio de aguas tranquilas y serenas, provenientes de una cascada cercana y, a su lado, se encontraba el único camino hacia el pueblito, mientras que a lo lejos se podía observar el sol ocultándose entre las grandes montañas de roca y granito, con sus inmensas grutas y sus grandes cascadas.
Por este camino, decenas de personas transitaban día a día: pobladores, visitantes, niños, adultos, ancianos, adolescentes, en fin, toda clase de individuos. Las personas comúnmente se sentaban a la sombra del guayacán, escuchando los dulces trinos de los pájaros, mientras que una suave brisa proveniente del río los refrescaba, haciendo que, por un momento, olvidaran todos sus problemas, inundándolos de una inmensa paz. A veces, familias se sentaban a realizar un picnic cerca de él, mientras que varios niños jugaban y gritaban alegremente, revoloteando a su alrededor y disfrutando de su infancia; también, recostados suavemente en el tronco de éste, solía haber parejas abrazadas, declarándose el profundo amor que se tenían uno al otro mientras que observaban la puesta de sol.
En el pueblo había multitud de pájaros de todos los tamaños, formas y colores: había quetzales, guacamayas, tucanes, colibríes, pájaros carpinteros, loros, cenzontles, papagayos, perdices, palomas, pichones, cuervos, zanates, en fin, todo un aviario. Pero había un pájaro al que le gustaba posarse en la copa del guayacán: una calandria amarilla, cuyo canto era similar a un coro de ángeles, el guayacán siempre la admiraba, observaba horas y horas, inmóvil en su posición, mientras que su canto lo alegraba. El guayacán siempre soñaba con poder hablarle, decir lo dulce que era su trino y lo melodiosa que era su voz, pero  sabía que eso nunca podría ocurrir, o eso era lo que pensaba.
Un día, un anciano un poco extraño, vestido con un traje morado y un sombrero puntiagudo negro, apareció en medio de la noche proveniente de una gruta cercana, el guayacán sabía que ningún humano se atrevía a entrar a esa cueva a altas horas de la noche, y menos aún alguien tan viejo. El anciano llegó al guayacán, exhausto por el esfuerzo realizado. Al guayacán se le hizo extraño que alguien así apareciera. El señor se recostó ligeramente en el guayacán, y éste observó que tenía una herida grande. El misterioso personaje explicó que él era un mago. También comentó que si bien él tenía magia, no le quedaba mucho tiempo en este mundo, por lo que decidió regalarle sus poderes al guayacán, al no encontrar a nadie más a quien heredarlos. El guayacán seguía sin comprender, y solo observaba como el mago empezaba a agitar sus manos y pronunciar palabras en otro idioma, mientras que un humo morado lo rodeaba. El mago al finalizar, se arrodilló, y, finalmente, cayó, desapareciendo en una extraña niebla blanca.
Extrañado, el guayacán llegó a la conclusión de que lo que había pasado debió de ser una ilusión, un sueño loco y ridículo, y volvió a descansar. Aunque durmiera, el hecho de pensar que él podría tener magia lo ponía tenso y alegre al mismo tiempo.
Al día siguiente, ya repuesto, el guayacán no se sentía diferente, era el mismo árbol inmóvil y mudo de siempre, y, como siempre, la calandria llegó a posarse. Suspirando por el hecho de no poder emitir ni una sola palabra, recordó los eventos de la anterior noche, y con toda su concentración intentó hablar, más no emitió ningún sonido, desanimado por el hecho de que solo fue un sueño, el guayacán seguía pensando en cómo sería poder hablar con los animales, o al menos, con los pájaros, y entre esos pensamientos, no pudo evitar pensar “si tan solo pudiera hablar” mientras que, sorprendentemente, pudo hablar. La calandria volteó para todos lados, buscando el origen del sonido. Sin nadie a su alrededor, la calandria sólo siguió cantando. El guayacán se percató de esto, e intento nuevamente hablar, pero esta vez diciendo un cálido “Hola”, nuevamente la calandria empezó a girar la cabeza, preguntando de vez en cuando “¿Hola, hay alguien ahí?”, emocionado, el guayacán volvió a hablar “Soy yo, el guayacán, acá abajo”, inmediatamente, la calandria respondió “¿Tú? ¿Cómo es que puedes hablar conmigo, acaso tienes algún tipo de magia?”, el guayacán respondió “Sí, te he estado observando en silencio por muchos años, pero gracias a la ayuda de un mago, por fin puedo platicar contigo y decirte que tu canto es realmente fenomenal”, a lo cual la calandria comentó “¿Enserio? Pues gracias, he practicado bastante”.
Y así, con el tiempo, el guayacán y la calandria se fueron haciendo grandes amigos, cada día el guayacán esperaba a que llegara la calandria para poder platicar. Era realmente asombroso para él que finalmente, después de muchos años, sus sueños se hicieran realidad.
Pero, un día cualquiera, apareció en el río una extraña neblina blanca, similar a la que había desaparecido al mago. Poco después, apareció una barcaza de madera, con una persona de aspecto extraño, con ropa morada y un puntiagudo sombrero. El extraño sujeto dirigió la embarcación hacia el guayacán, y una vez que llegó a la orilla, descendió. La gente se reunió alrededor del misterioso visitante y se preguntaban, “¿Quién era?” “¿De dónde venía?”.
El hombre, de unos 50 años aproximadamente y con aspecto tranquilo, anunció que era un brujo, cuyo propósito era ir de pueblo en pueblo ayudando a la gente; también, aseguró que venía de las afueras, sin dar una ubicación específica. Rápidamente, las personas empezaron a pedirle apoyo para diversas situaciones, desde una cortada hasta pérdidas de miembros. El brujo, con todo el trabajo que tenía, pidió a los pobladores una casa para ofrecer sus servicios, y éstos muy amables le dieron una vivienda en el centro del pueblo.
El guayacán, si bien pensaba que el nuevo poblador era una gente de bien, no podía dejar de sentir que ocultaba algo más, pero, sin más pruebas que su intuición, sólo se limitó a mantenerse alerta.
Y así, durante varias semanas, el brujo intentaba ayudar a todos los del pueblo con sus tónicos y pociones mágicas. Todos en el pueblo lo adoraban, siempre lo saludaban en la calle y le ayudaban en lo que fuera, ya sea para recolectar un ingrediente o para cultivar una planta. El guayacán seguía sintiendo esa extraña aura maligna a su alrededor, aunque su mente le decía que el brujo era lo mejor que le había pasado hasta ahora. Pero entonces todo cambió.
Súbitamente, la gente empezó a ponerse triste, se deprimían con facilidad y solo caminaban de un lado a otro, sin pronunciar una sola palabra. Y pasando los días se ponía peor. La gente no hacía nada más que caminar: No comían, no bebían ni trabajaban, sólo se movían de un lado a otro, como una especie de zombis.
Extrañado, el guayacán le platicó a la calandria lo que sucedía con los pobladores, y le informó de sus sospechas sobre el brujo. También, le pidió que fuera a investigar lo que pasaba, ya que ese comportamiento no era normal, y menos aún en todo el pueblo. La calandria elevó vuelo y se dirigió a la propiedad del brujo, ya estando ahí, se asomó por una ventana, donde pudo escucharlo idear su plan malvado.
―Por fin, después de muchos años, he logrado lo imposible, volver a todo un pueblo en mis sirvientes personales. Si tan solo hubieran sabido que mis pociones eran en realidad un suero de control mental. Muajajajajaja
Asustada, volvió con el guayacán para contarle lo ocurrido y le comentó lo sucedido en la casa del brujo. El guayacán, preocupado, no tenía una idea de cómo detenerlo, ya que sólo era un árbol inmóvil, hasta que recordó sus dotes mágicos, y pensó que podría salvar a los pobladores del malvado brujo. Pero ya era tarde, el brujo marchaba con su ejército de pobladores a su espalda, en dirección al guayacán, y se detuvo delante de éste. El guayacán, desesperado, buscaba la forma de hacer algo, mientras que la calandria sólo observaba, inmóvil en su copa.
El brujo empezó a hablar, diciendo que él tenía que ser destruido para que no interfiriera con sus planes, el guayacán le respondió que porqué lo quería dañar, a lo cual respondió que él venía de una familia de hechiceros poderosos, y que tenía un hermano mayor. Éste se había dedicado a ayudar a las personas, convirtiéndose en un mago bondadoso y bueno, pero el brujo había decidido que era un desperdicio de talento, que con sus poderes podían poner de rodillas al mundo. Estos dos hermanos se enfrentaron, el mayor alegando que juntos podían mejorar al mundo, y el menor diciendo que ellos eran superiores, y que todo ser vivo debía obedecerlos. Después de una violenta pelea, el mayor escapó malherido, avisándole a él que sería derrotado por un guayacán en las afueras de un pueblo, a la orilla de un río. Desde entonces, el brujo ha andado vagando de pueblo en pueblo, buscando el árbol de la profecía, hasta que lo encontró, y que no le iba a permitir que arruinara su futuro como amo supremo. Dicho esto, el brujo lanzó un rayo de sus manos hacia el guayacán. Parecía que era el fin, hasta que la calandria, valientemente, se interpuso, recibiendo el impacto.
Furioso, el guayacán concentró todas sus fuerzas en moverse, en hacer algo. El brujo observaba cómo movía violentamente sus ramas y levantaba la tierra, arrancándola con sus raíces. Después, el guayacán arremetió contra el brujo con ira, levantándolo del suelo con sus ramas. El brujo se detuvo en el aire, y volvió a lanzar un rayo contra el guayacán, que éste esquivó fácilmente. El guayacán tomó multitud de piedras cercanas y las empezó a arrojar contra el brujo, el brujo intentó moverse rápidamente, pero fue alcanzado por una roca y cayó al suelo, aturdido por el impacto, al orientarse, observó cómo el guayacán lo sostenía en sus ramas y con una voz ronca, le advirtió que si lo volvía a saber de él, lo buscaría y no tendría compasión, además, le ordenó que liberara a los pobladores de su control mental. El brujo no tuvo más remedio que obedecer, y desapareció en la misma barcaza en la que había llegado.
El guayacán corrió hacia donde estaba su amiga caída, tomándola suavemente entre sus ramas y llorando amargamente, mientras que ésta desaparecía. Cuando de pronto, sus hojas comenzaron a caerse, y en su lugar aparecieron unas hermosas y delicadas flores amarillas. Y, desde ese día, cada primavera, el guayacán deja caer sus hojas para dar paso a estas bellas flores, en memoria de su amiga.
FIN

1 comentario:

  1. Excelente cuento mi chavo esta muy bien redactado y la historia esta fantastica

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